sábado, 9 de abril de 2011

El miedo, la mentira y la exclusión por Eduardo Adrianzén (*)

En estos tiempos agitados, por cierto, es bueno preguntarse si aquella frase de Norbert Lechner sobre cómo se constituye un orden político tiene sentido en este país: “Como enfoque general, supongo que un orden político se constituye junto y por medio de los sujetos políticos. Ningún sujeto se forma por autorreferencia; nos reconocemos como un nosotros por medio de los otros. Y el orden no es sino el proceso de mediación en el cual se reconocen mutuamente los sujetos… presumo que el orden político se estructura en un mismo movimiento junto con la delimitación de las identidades políticas”.

En realidad, la pregunta no es ociosa y podría ser enunciada de la siguiente manera: ¿qué pasa cuando en una sociedad una de las partes –es decir, aquellos que detentan el poder– no quiere o no requiere reconocer a los “otros” para reproducir un orden político?; o ¿qué pasa cuando un orden (político) no se fundamenta en un proceso de mediación y en el cual una parte decide no reconocer a la otra? ¿Existe un orden político? Y si existe, ¿a quiénes abarca ese orden y de qué tipo es?

Porque conforme se vive el proceso electoral uno va descubriendo que el orden político que se quiere perpetuar en este país se fundamenta no solo en la destrucción de la identidad política del otro, sino también –y esto es lo más grave– en su exclusión.

La mejor manera de comprobar este hecho es la histeria que viene provocando el triunfo democrático de Ollanta Humala en esta primera vuelta. Con ello no hago referencia a aquellos columnistas que proponen imaginarios frentes antifascistas apelando a una épica maniquea y falaz. Mi interés, más bien, es señalar que el actual orden –el mismo que se quiere perpetuar en estas elecciones– tiene como fundamento tres elementos: a) la mentira; b) el miedo y c) la exclusión.

La mentira para descalificar a un adversario político que rápidamente se convierte en un enemigo al cual hay que eliminar. El miedo (o el famoso “salto al vacío”) como el elemento mediador entre aquellos que detentan el poder y la sociedad. Y la exclusión política del otro como el resultado final de este proceso.

Por eso no nos debe extrañar el carácter conservador y autorreferencial de aquellos que hoy detentan el poder. Hablan para ellos mismos y lo único que ofrecen a los “otros” es el mismo orden y el miedo como principal vínculo social. No buscan convertirse en un sujeto político –ello explica el por qué la derecha en este país nunca ha constituido un partido político y por qué nunca ha sido liberal– sino más bien en una suerte de “guachimanes” y “protectores” frente a una fuerza extraña a la que siempre hay que rechazar. Para ellos, la democracia no se fundamenta en el respeto a las formas y al Estado de Derecho –como se comprobó en el fujimorismo–sino más bien en el “sagrado respeto” de sus intereses. Antes que un sujeto político constituido son, más bien, un grupo social que se comporta como “patrones” cuando su orden es cuestionado.

El resultado es el siguiente: para unos pocos existe un orden político minoritario (abarca a unos cuantos y es excluyente) con reglas definidas e infranqueable para los otros; para la mayoría lo que existe más bien es un gran desorden social y político. Viven en un caos permanente.

Me parece que eso es lo que está en juego en estas elecciones. Si continuamos viviendo en un orden político y social para unos cuantos o si somos capaces de construir un orden ciudadano para todos. Dicho en otros términos, un orden político capaz de establecer mediaciones democráticas entre los “unos” y los “otros” para constituir sujetos políticos capaces de pactar. Es decir, un orden democrático que incluya y no que excluya como hoy nos proponen los adversarios de Ollanta Humala.

(*) albertoadrianzen.lamula.com (Tomado del diario La República, edición del día sábado 09 de abril de 2011).

sábado, 2 de abril de 2011

EL PORQUÉ DE OLLANTA HUMALA

Durante la década de los noventa, el Perú adoptó disciplinadamente los preceptos del Consenso de Washington (*), que consideraba eran esenciales para el desarrollo: (1) disciplina fiscal; (2) una re-organización del gasto público para canalizarlo más hacia la atención médica básica, la educación primaria y la infraestructura; (3) reforma fiscal para reducir las tasas marginales de impuestos para así aumentar la recaudación; (4) liberalizar las tasas de intereses; (5) sostener un tipo de cambio “competitivo”; (6) eliminar las restricciones cuantitativas por sobre el comercio y convertirlas en restricciones arancelarias que luego serían reducidas paulatinamente hasta llegar a un arancel efectivo promedio de entre 10 y 20%; (7) liberalizar el flujo de inversión extranjera directa; (8) privatizar las empresas estatales; (9) eliminar las barreras a la entrada y salida del mercado reduciendo las trabas legales innecesarias; y (10) fortalecer los derechos de propiedad privada. Como consecuencia del conjunto de reformas aplicadas, la economía ha cambiado en varios aspectos fundamentales:

- El modelo económico peruano que, siendo primario-exportador tenía un componente industrial, articulador de distintos sectores, ha virado hacia uno francamente primario-exportador y de servicios.

- La economía, que era principalmente dependiente del ahorro interno, ha pasado a depender del ahorro privado externo, especialmente para proyectos y negocios de gran envergadura.

- Nuevas inversiones, menos demandantes de mano de obra, y leyes de flexibilización laboral han desocupado a muchos trabajadores, especialmente a los mayores de cuarenta años cuyos puestos han dejado de existir o han sido ocupados por jóvenes dispuestos a trabajar bajo las nuevas condiciones laborales de inestabilidad y desprotección.

- La entrada de capitales debido a las privatizaciones, a las nuevas inversiones, los préstamos, las remesas de peruanos desde el exterior y al narcotráfico ha generado una sobreabundancia de divisas, cuyo efecto es que el precio del dólar tienda a mantenerse o a caer, incentivando las importaciones y desincentivando las exportaciones no tradicionales.

Todos estos cambios han generado mecanismos debido a los cuales no hay efectos de compartir, del “goteo” como se le denominaba. Más aún, la desigualdad se ha acrecentado, tal como lo reconocen el Banco Mundial y los estudios de los principales centros de investigación: 54% de la población sigue estando por debajo de la línea de la pobreza, mientras que la concentración del ingreso en pocas manos es mayor que nunca antes en la historia del Perú.

Consecuentemente, puedo decir que los resultados económicos fueron alentadores, pero un desastre en el aspecto social.

Esos buenos resultados económicos fueron enrostrados a la población peruana una y otra vez; pero fue igualmente reprimida una y otra vez cuando de reclamar sus derechos laborales, derechos de propiedad, o simplemente querer compartir ese crecimiento se trataba.

Ahora, los mismos que han administrado este modelo o lo han apoyado dogmática y ortodoxamente, se dirigen nuevamente al pueblo peruano para pedirle que los sigan apoyando; agregando a su discurso que nada debe ser cambiado, y que la población deberá seguir esperando un poco más para que se vea benefiado con las reformas de la "segunda generación".

Luego de 20 años, creo que solamente a un desprevenido puede sorprender lo que está ocurriendo con la candidatura y propuesta de Ollanta; como también un desprevenido puede elegir más de lo mismo, sin que nada cambie; sin un ápice de solidaridad o de compartir con el prójimo.

Yo sí quiero un cambio.

(*) La frase “Consenso de Washington”, fue acuñada por John Williamson en 1990 para referirse a las políticas básicas de Washington aplicadas a América Latina. Se usa como sinónimo de “neoliberalismo” y “globalización”. (**) Caricaturas pertenecen a Carlín. (***) Textos de apoyo tomados de:
http://palestra.pucp.edu.pe/index.php?id=52 , http://www.elcato.org/el-consenso-de-washington-explicado