En estos tiempos agitados, por cierto, es bueno preguntarse si aquella frase de Norbert Lechner sobre cómo se constituye un orden político tiene sentido en este país: “Como enfoque general, supongo que un orden político se constituye junto y por medio de los sujetos políticos. Ningún sujeto se forma por autorreferencia; nos reconocemos como un nosotros por medio de los otros. Y el orden no es sino el proceso de mediación en el cual se reconocen mutuamente los sujetos… presumo que el orden político se estructura en un mismo movimiento junto con la delimitación de las identidades políticas”.
En realidad, la pregunta no es ociosa y podría ser enunciada de la siguiente manera: ¿qué pasa cuando en una sociedad una de las partes –es decir, aquellos que detentan el poder– no quiere o no requiere reconocer a los “otros” para reproducir un orden político?; o ¿qué pasa cuando un orden (político) no se fundamenta en un proceso de mediación y en el cual una parte decide no reconocer a la otra? ¿Existe un orden político? Y si existe, ¿a quiénes abarca ese orden y de qué tipo es?
Porque conforme se vive el proceso electoral uno va descubriendo que el orden político que se quiere perpetuar en este país se fundamenta no solo en la destrucción de la identidad política del otro, sino también –y esto es lo más grave– en su exclusión.
La mejor manera de comprobar este hecho es la histeria que viene provocando el triunfo democrático de Ollanta Humala en esta primera vuelta. Con ello no hago referencia a aquellos columnistas que proponen imaginarios frentes antifascistas apelando a una épica maniquea y falaz. Mi interés, más bien, es señalar que el actual orden –el mismo que se quiere perpetuar en estas elecciones– tiene como fundamento tres elementos: a) la mentira; b) el miedo y c) la exclusión.
La mentira para descalificar a un adversario político que rápidamente se convierte en un enemigo al cual hay que eliminar. El miedo (o el famoso “salto al vacío”) como el elemento mediador entre aquellos que detentan el poder y la sociedad. Y la exclusión política del otro como el resultado final de este proceso.
Por eso no nos debe extrañar el carácter conservador y autorreferencial de aquellos que hoy detentan el poder. Hablan para ellos mismos y lo único que ofrecen a los “otros” es el mismo orden y el miedo como principal vínculo social. No buscan convertirse en un sujeto político –ello explica el por qué la derecha en este país nunca ha constituido un partido político y por qué nunca ha sido liberal– sino más bien en una suerte de “guachimanes” y “protectores” frente a una fuerza extraña a la que siempre hay que rechazar. Para ellos, la democracia no se fundamenta en el respeto a las formas y al Estado de Derecho –como se comprobó en el fujimorismo–sino más bien en el “sagrado respeto” de sus intereses. Antes que un sujeto político constituido son, más bien, un grupo social que se comporta como “patrones” cuando su orden es cuestionado.
El resultado es el siguiente: para unos pocos existe un orden político minoritario (abarca a unos cuantos y es excluyente) con reglas definidas e infranqueable para los otros; para la mayoría lo que existe más bien es un gran desorden social y político. Viven en un caos permanente.
Me parece que eso es lo que está en juego en estas elecciones. Si continuamos viviendo en un orden político y social para unos cuantos o si somos capaces de construir un orden ciudadano para todos. Dicho en otros términos, un orden político capaz de establecer mediaciones democráticas entre los “unos” y los “otros” para constituir sujetos políticos capaces de pactar. Es decir, un orden democrático que incluya y no que excluya como hoy nos proponen los adversarios de Ollanta Humala.
(*) albertoadrianzen.lamula.com (Tomado del diario La República, edición del día sábado 09 de abril de 2011).
En realidad, la pregunta no es ociosa y podría ser enunciada de la siguiente manera: ¿qué pasa cuando en una sociedad una de las partes –es decir, aquellos que detentan el poder– no quiere o no requiere reconocer a los “otros” para reproducir un orden político?; o ¿qué pasa cuando un orden (político) no se fundamenta en un proceso de mediación y en el cual una parte decide no reconocer a la otra? ¿Existe un orden político? Y si existe, ¿a quiénes abarca ese orden y de qué tipo es?
Porque conforme se vive el proceso electoral uno va descubriendo que el orden político que se quiere perpetuar en este país se fundamenta no solo en la destrucción de la identidad política del otro, sino también –y esto es lo más grave– en su exclusión.
La mejor manera de comprobar este hecho es la histeria que viene provocando el triunfo democrático de Ollanta Humala en esta primera vuelta. Con ello no hago referencia a aquellos columnistas que proponen imaginarios frentes antifascistas apelando a una épica maniquea y falaz. Mi interés, más bien, es señalar que el actual orden –el mismo que se quiere perpetuar en estas elecciones– tiene como fundamento tres elementos: a) la mentira; b) el miedo y c) la exclusión.
La mentira para descalificar a un adversario político que rápidamente se convierte en un enemigo al cual hay que eliminar. El miedo (o el famoso “salto al vacío”) como el elemento mediador entre aquellos que detentan el poder y la sociedad. Y la exclusión política del otro como el resultado final de este proceso.
Por eso no nos debe extrañar el carácter conservador y autorreferencial de aquellos que hoy detentan el poder. Hablan para ellos mismos y lo único que ofrecen a los “otros” es el mismo orden y el miedo como principal vínculo social. No buscan convertirse en un sujeto político –ello explica el por qué la derecha en este país nunca ha constituido un partido político y por qué nunca ha sido liberal– sino más bien en una suerte de “guachimanes” y “protectores” frente a una fuerza extraña a la que siempre hay que rechazar. Para ellos, la democracia no se fundamenta en el respeto a las formas y al Estado de Derecho –como se comprobó en el fujimorismo–sino más bien en el “sagrado respeto” de sus intereses. Antes que un sujeto político constituido son, más bien, un grupo social que se comporta como “patrones” cuando su orden es cuestionado.
El resultado es el siguiente: para unos pocos existe un orden político minoritario (abarca a unos cuantos y es excluyente) con reglas definidas e infranqueable para los otros; para la mayoría lo que existe más bien es un gran desorden social y político. Viven en un caos permanente.
Me parece que eso es lo que está en juego en estas elecciones. Si continuamos viviendo en un orden político y social para unos cuantos o si somos capaces de construir un orden ciudadano para todos. Dicho en otros términos, un orden político capaz de establecer mediaciones democráticas entre los “unos” y los “otros” para constituir sujetos políticos capaces de pactar. Es decir, un orden democrático que incluya y no que excluya como hoy nos proponen los adversarios de Ollanta Humala.
(*) albertoadrianzen.lamula.com (Tomado del diario La República, edición del día sábado 09 de abril de 2011).
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