martes, 20 de mayo de 2008

Esa vieja intolerancia - Luis Pásara

Tomado del diario Perú.21 del día 19 de mayo de 2008

Esa vieja intolerancia



Escribe Luis Pásara

Pese a la pluralidad en los medios de comunicación, la aceptación de quien piensa de modo distinto no ha mejorado. El presidente tampoco ayuda.

Me inicié en la lectura de los diarios limeños en los años sesenta, cuando la escena estaba dominada por una lucha sin cuartel entre El Comercio y La Prensa.

El 'decano de la prensa nacional' sostenía una propuesta reformista en la que se combinaban nacionalismo y antiaprismo, bajo el liderazgo de don Luis Miró Quesada.

Su rival, encabezado por don Pedro Beltrán, practicaba un periodismo moderno en la forma pero que era portador de un conservadurismo de corte anticomunista, que consideraba "rojo" a cualquiera que propugnara algún cambio social.

La intolerancia que destilaban ambos diarios -en una época en que la televisión recién aparecía y aún no había cobrado su impacto actual- está viva en algunos de los medios de comunicación peruanos.

Aunque el formato y el lenguaje hayan cambiado, sigue prevaleciendo en ellos la descalificación, cuando no el insulto, contra quien no comparte las ideas del medio. Y para ese fin, todo vale, incluida la desinformación o, simplemente, la mentira.

Es mucho lo que ha cambiado en los medios de comunicación. Ante todo, su expansión y el notable papel de la radio y la TV. La ligazón del medio a una familia se ha atenuado con el surgimiento de verdaderas empresas en las que el objetivo es producir información.

Pero el balance contiene claroscuros.

En el lado positivo, la pluralidad es lo más importante. Lejos de ese antiguo pleito de a dos -en el que no había espacio para terceras posiciones o matices-, hoy en el país se tiene una variada y numerosa oferta en los medios de comunicación, con estilos y posiciones muy diversas.

En el lado negativo, no puede dejar de mencionarse tanto la corrupción -que no empezó con los pagos del doctor Montesinos pero que sí se multiplicó con ellos- como un fenómeno más general: un proceso de encanallamiento en el que la información pasa a ser lo de menos. No solo no se distingue hechos de opiniones -según esa vieja regla del periodismo anglosajón- sino que cotidianamente se hace negocio del pasar gato por liebre.

En unos casos, lo que dicta este tráfico periodístico es la postura política del medio -como se hacía en El Comercio y en La Prensa de antaño-, pero en otros lo que manda a desinformar es el interés del cliente que pagó por un titular de primera plana o por una breve nota pérfida -como en la época del "Doctor". Todo tiene una tarifa.

Pluralidad es lo que hay, pero no pluralismo, salvo en unos pocos medios. El pluralismo requiere que se acepte y respete la diversidad de opiniones y puntos de vista. Y, en consecuencia, que no se tienda a ver en la perspectiva distinta una equivocación y que no se trate como enemigo a quien discrepa. Eso es lo que todavía hace falta.

Ejemplos sobran. En las últimas semanas destaca la campaña iniciada por algunos diarios contra la tarea realizada, durante los gobiernos de Fujimori y de Paniagua, para indultar a quienes se hallaban detenidos o condenados, sin prueba alguna, como consecuencia de una acusación por terrorismo.

Fue una tarea encabezada por un hombre irreprochable -el sacerdote Hubert Lanssiers- y que, sin tomar decisiones, se limitó a asesorar al gobierno en la calificación de quienes podían ser indultados en razón de su inocencia.

El trabajo se llevó a cabo con un cuidado escrupuloso. Tanto, que quienes hoy quieren sacar provecho político de sus acusaciones insidiosas no pueden señalar ni un solo caso -con nombre y apellido- en el que se indultara a quien no lo merecía en razón de haber estado efectivamente comprometido con un grupo subversivo.

Pero para ejercer la intolerancia no se requiere pruebas. Basta señalar a un adversario, a quien se trata como enemigo, y verter basura sobre él en dosis diarias. Basura periodística pero, sobre todo, moral. Acusar a alguien de tolerancia o, peor, complicidad con la subversión es una manera eficaz de descalificar su actuación en general. A eso van y no les importa cómo.

En este segundo gobierno, el presidente García se ha sumado a la intolerancia y la promueve. Quienes discrepan con él son "perros" y quienes no hacen lo que él cree que debe hacerse merecen "patadas" reales o, cuando menos, oratorias.

Su propuesta económica de que los recursos del país sean entregados a grandes empresas internacionales merece ser discutida. No es la primera vez que ese planteamiento se hace en el Perú -era una repetida tesis de Pedro Beltrán en La Prensa- ni es éste el único país en que se ha propuesto o se ha hecho precisamente eso.

La dificultad estriba en que para Alan García no hay discusión. Quien no esté de acuerdo con él o formule una reserva padece la necia estrechez de miras del perro del hortelano.

Esa actitud presidencial, al sustentar una propuesta política, resulta congruente con el señalado entusiasmo que García profesa por China, que lo ha llevado incluso a respaldar la política de Beijín en el Tíbet, postura que ha dejado al Perú en soledad. Lo que le resulta atractivo del actual modelo chino es que combina una predilección por la gran inversión extranjera con un régimen autoritario que reprime cualquier disidencia interna.

Los síntomas de autoritarismo son crecientes en este gobierno. No solo están en la palabra presidencial desaforada sino también en algunas acciones policiales -muertos de por medio- y en el procesamiento de gentes a quienes no se ha probado nada, salvo su simpatía por Hugo Chávez. La intolerancia es ahora consejera gubernamental.

Es difícil aventurarse a decir qué está detrás de esta ofensiva intolerante. En García puede tratarse simplemente de esa desesperación que lo visita cuando en las encuestas ve caer su nivel de aprobación.

O quizá hay algo más que eso: un plan político en el que acallar a quien discrepa es un eje, no un simple exceso ocasional.

En los medios de comunicación que vociferan acusaciones sin fundamento alguno y desautorizan a quienes no piensan como sus dueños parece subsistir esa vieja intolerancia de la que nos hemos alimentado en la vida política peruana. Una intolerancia que solo de la boca para afuera simpatiza con el liberalismo político vargasllosiano y, en cambio, recuerda con nostalgia a la dictadura fujimorista.

Bajo el temor de que en 2011 llegue al gobierno un Humala, los sectores más conservadores se niegan a aceptar a quien no piensa como ellos. Hacen así de la intolerancia un arma protectora de sus intereses.

Pero en democracia se gana mediante la persuasión, no con la intolerancia y la mentira. Salvo que estén pensando en otro 5 de abril, la vieja arma puede disparárseles por la culata.

Excelente caricatura de Molina -de hace algunos años y subida por este blogger-, a propósito del "encuentro" entre Manuel Delgado Parker (dueño de RPP) y Vladimiro Montesinos en la tristemente célebre salita del SIN. Para los desmemoriados.

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