SIEMPRE HAY ALGO QUE CONTAR
Por Flor Checa Bernazzi de Chumbe
Era el año 1983 y nos encontrábamos destacados en Pisco, era nuestro tercer año en esa gran unidad de combate, el Grupo Aéreo Nº 9 y hacía tan sólo dos meses había nacido mi tercer hijo, Diego Jesús. Era necesario llevar al bebe a su control en el Hospital Central, por lo tanto decidí viajar a Lima.
En ese entonces el Grupo Nº 9 contaba con el avión C 47, que efectuaba los vuelos de week end para el personal FAP y sus familiares, así como diversos vuelos de apoyo para la Unidad y la población civil. Me enteré que habían programado un vuelo a Lima, así que solicité que me anotarán para poder viajar con el bebe.
Coincidentemente Horacio (mi esposo) fue programado para ese vuelo, lo que me pareció fabuloso, pues siempre me sentí segura de viajar con él.
El día del viaje, iba en el avión Chelita Cárdenas, esposa de Rolando, compañero y amigo de Horacio, con sus dos niños, Christian y Fernando, de 3 y 1 año, respectivamente; y unos cuantos pasajeros más. El avión iba prácticamente vacío.
El avión despegó de Pisco y todo iba sin novedad, hasta que, cuando estábamos a punto de llegar a Lima, se acerca el Técnico y nos comunica que regresábamos a Pisco, por algunos problemas del avión. Un poco asustadas Chela y yo, tratamos de distraernos conversando de todo, para no pensar en lo que estaba pasando. Hasta ese momento no sabíamos lo que estaba sucediendo, pero cuando estábamos llegando a Pisco, se acerca nuevamente el Técnico y nos dice que el tren de aterrizaje no bajaba y que posiblemente tendríamos que hacer un aterrizaje forzoso, así que venía de parte del piloto (mi esposo) para asegurarnos lo mejor posible y acomodarnos de tal forma, que podamos soportar el impacto del aterrizaje.
Yo tenía un bebe de dos meses en mis brazos y lo único que quería en esos momentos era protegerlo, comencé a apretarlo tan fuerte que el bebe, empezó a llorar, lo que me puso más nerviosa y no encontré mejor manera de calmarlo que darle de lactar.
Estaba haciendo mil malabares, en medio de todos esos cojines, apretada con el cinturón, para no sofocar al bebe, más de lo que ya estaba. Mire a Chela y ella estaba en similar situación, amarrada con el niño más pequeño, Fernandito. A Christian lo habían asegurado con otra pasajera que venía en el avión.
En esos momentos, lo único que yo quería era bajarme del avión, desde mi lugar podía ver a Horacio y rogaba que se volteara y me dijera algo, yo lograba ver su rostro totalmente sereno, dando algunas instrucciones quizás a su copiloto. Fue tal vez verlo que hizo que mantuviera la serenidad ante esta situación.
Desde la ventana divisábamos la base, no recuerdo cuántas vueltas estuvimos dando, pero cada vez que pasábamos sobre ella, podíamos ver más gente, carros contra incendio, ambulancias, etc. Pero, evidentemente, no podíamos aterrizar, me imaginé que estábamos consumiendo combustible para poder hacerlo con menos riesgo y mientras estaba pensando en cómo iba a saltar del avión con el bebe en brazos, Chela me grita: ¡mira por la ventana! Y veo unos aviones T-37, que volaban debajo de nosotros, no tenía idea de lo que hacían ahí, me llevé el susto de mi vida, sólo le pedía a Dios que esto se acabara y que no permita que los bebes sufran ningún daño.
En ese momento volvía a mirar la cabina de pilotos, quería ver si había en la cara de Horacio alguna seña de preocupación o desesperación, pero no, él seguía como al principio, sereno, seguro, tranquilo, eso me devolvió la paz, volví a mis oraciones para pedirle a Dios que tome Él el control de esta situación, y oh Maravilla!! Mi oración fue contestada porque en ese momento, me di cuenta que estábamos listos para el aterrizaje, pues el Técnico volvió a pasar para cerciorarse de que nos encontrábamos bien asegurados todos los pasajeros. Nos dijo que mantuviéramos la calma, los aviones T-37 habían informado que el tren había bajado, sólo faltaba saber si el seguro del tren estaba funcionando y eso lo íbamos a saber únicamente cuando tocáramos tierra. Todo estaba en las manos de Dios.
Fue el aterrizaje más hermoso de mi vida, o así lo sentí yo, el avión estaba bien, todos estábamos bien, abajo nos esperaban los amigos, oficiales, técnicos, suboficiales, personal civil, todos vivieron esta dramática situación junto con nosotros; ellos son nuestros inolvidables amigos canberristas.
24 años después, Christian es oficial de la FAP, Fernandito es Administrador, Diego Jesús un joven Odontólogo, Chelita y yo seguimos siendo grandes amigas, nuestros esposos -ahora Coroneles en retiro-, buenos amigos y todos llevamos en nuestro corazón a nuestro querido Grupo Aéreo Nº 9.
Como ven, amigas y amigos, siempre tenemos algo que contar!!
Por Flor Checa Bernazzi de Chumbe
Era el año 1983 y nos encontrábamos destacados en Pisco, era nuestro tercer año en esa gran unidad de combate, el Grupo Aéreo Nº 9 y hacía tan sólo dos meses había nacido mi tercer hijo, Diego Jesús. Era necesario llevar al bebe a su control en el Hospital Central, por lo tanto decidí viajar a Lima.
En ese entonces el Grupo Nº 9 contaba con el avión C 47, que efectuaba los vuelos de week end para el personal FAP y sus familiares, así como diversos vuelos de apoyo para la Unidad y la población civil. Me enteré que habían programado un vuelo a Lima, así que solicité que me anotarán para poder viajar con el bebe.
Coincidentemente Horacio (mi esposo) fue programado para ese vuelo, lo que me pareció fabuloso, pues siempre me sentí segura de viajar con él.
El día del viaje, iba en el avión Chelita Cárdenas, esposa de Rolando, compañero y amigo de Horacio, con sus dos niños, Christian y Fernando, de 3 y 1 año, respectivamente; y unos cuantos pasajeros más. El avión iba prácticamente vacío.
El avión despegó de Pisco y todo iba sin novedad, hasta que, cuando estábamos a punto de llegar a Lima, se acerca el Técnico y nos comunica que regresábamos a Pisco, por algunos problemas del avión. Un poco asustadas Chela y yo, tratamos de distraernos conversando de todo, para no pensar en lo que estaba pasando. Hasta ese momento no sabíamos lo que estaba sucediendo, pero cuando estábamos llegando a Pisco, se acerca nuevamente el Técnico y nos dice que el tren de aterrizaje no bajaba y que posiblemente tendríamos que hacer un aterrizaje forzoso, así que venía de parte del piloto (mi esposo) para asegurarnos lo mejor posible y acomodarnos de tal forma, que podamos soportar el impacto del aterrizaje.
Yo tenía un bebe de dos meses en mis brazos y lo único que quería en esos momentos era protegerlo, comencé a apretarlo tan fuerte que el bebe, empezó a llorar, lo que me puso más nerviosa y no encontré mejor manera de calmarlo que darle de lactar.
Estaba haciendo mil malabares, en medio de todos esos cojines, apretada con el cinturón, para no sofocar al bebe, más de lo que ya estaba. Mire a Chela y ella estaba en similar situación, amarrada con el niño más pequeño, Fernandito. A Christian lo habían asegurado con otra pasajera que venía en el avión.
En esos momentos, lo único que yo quería era bajarme del avión, desde mi lugar podía ver a Horacio y rogaba que se volteara y me dijera algo, yo lograba ver su rostro totalmente sereno, dando algunas instrucciones quizás a su copiloto. Fue tal vez verlo que hizo que mantuviera la serenidad ante esta situación.
Desde la ventana divisábamos la base, no recuerdo cuántas vueltas estuvimos dando, pero cada vez que pasábamos sobre ella, podíamos ver más gente, carros contra incendio, ambulancias, etc. Pero, evidentemente, no podíamos aterrizar, me imaginé que estábamos consumiendo combustible para poder hacerlo con menos riesgo y mientras estaba pensando en cómo iba a saltar del avión con el bebe en brazos, Chela me grita: ¡mira por la ventana! Y veo unos aviones T-37, que volaban debajo de nosotros, no tenía idea de lo que hacían ahí, me llevé el susto de mi vida, sólo le pedía a Dios que esto se acabara y que no permita que los bebes sufran ningún daño.
En ese momento volvía a mirar la cabina de pilotos, quería ver si había en la cara de Horacio alguna seña de preocupación o desesperación, pero no, él seguía como al principio, sereno, seguro, tranquilo, eso me devolvió la paz, volví a mis oraciones para pedirle a Dios que tome Él el control de esta situación, y oh Maravilla!! Mi oración fue contestada porque en ese momento, me di cuenta que estábamos listos para el aterrizaje, pues el Técnico volvió a pasar para cerciorarse de que nos encontrábamos bien asegurados todos los pasajeros. Nos dijo que mantuviéramos la calma, los aviones T-37 habían informado que el tren había bajado, sólo faltaba saber si el seguro del tren estaba funcionando y eso lo íbamos a saber únicamente cuando tocáramos tierra. Todo estaba en las manos de Dios.
Fue el aterrizaje más hermoso de mi vida, o así lo sentí yo, el avión estaba bien, todos estábamos bien, abajo nos esperaban los amigos, oficiales, técnicos, suboficiales, personal civil, todos vivieron esta dramática situación junto con nosotros; ellos son nuestros inolvidables amigos canberristas.
24 años después, Christian es oficial de la FAP, Fernandito es Administrador, Diego Jesús un joven Odontólogo, Chelita y yo seguimos siendo grandes amigas, nuestros esposos -ahora Coroneles en retiro-, buenos amigos y todos llevamos en nuestro corazón a nuestro querido Grupo Aéreo Nº 9.
Como ven, amigas y amigos, siempre tenemos algo que contar!!
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