Tomado del diario La Primera del 28 de febrero de 2008
Carta a Martin Rivas
Por César Hildebrandt
Por César Hildebrandt
Mi muy repulsivo señor: Concentra usted todas las taras morales del Perú. Es usted una dosis homeopática de lo peor de este país. ¿O deberé decir que es usted un amasijo de yerros retorcidos?
No importa como lo nombre. Usted sabe qué linajes de rata lo componen y cuánto se parece usted –por espantoso– a las muertes que planeó y ejecutó.
Hasta ayer era usted un asesino por encargo, que no es poco. Ahora aspira a ser absuelto negándolo todo.
Lo que sucede es que de tanto negar se ha negado usted mismo y de tanto querer borrar huellas imborrables es usted ahora una sombra sin historia y una piltrafa de ectoplasma. Por eso he dudado en escribirle esta carta. Porque ahora no sé si es usted el homicida serial que en realidad es y será o si ha sido convertido en un libreto de Nakasaki, una ocurrencia idiota de Kenji, o la viruta que deja la amnesia calculada de Fujimori, su maestro y guía.
Que usted quiera salvarse de la condena inexorable que le espera negando que existiera el grupo Colina –cuando hay veinte testimonios, un ascenso grupal, una felicitación presidencial, una denuncia documentada y primordial del general Robles, muertos y testigos, fosas comunes y deudos– resulta, en todo caso, explicable. Asesinos como usted suelen maridar el sadismo y la cobardía. Sadismo a la hora de matar a un niño de ocho años o a un periodista vendado en una playa y cobardía a la hora de afrontar su responsabilidad.
Usted, señor Martin Rivas, viene, aunque quizás no lo sepa, de una larga tradición. Esa tradición es la de la cobardía de fabricación nacional (también tenemos cobardías importadas: Fujimori es un ejemplo). En ese sentido es usted un hijo putativo de Mariano Ignacio Prado, el presidente que se fugó en plena guerra con Chile “a conseguir armas y buques en Europa” y que nunca volvió. Esa rata ancestral de la historia peruana es el tatatarabuelo de Fujimori, su jefe, y su premonición personal, señor Rivas.
Dice usted que lo que le confesó a Jara era un ensayo. Pero se ensaya para decir la verdad, para no perder el hilo del relato, para no dejarse intimidar a la hora de los loros. Así que ese ensayo general –sigo su lógica roedora– era para que usted adquiriera el temple suficiente a la hora que tuviese que dar su testimonio ante la autoridad.
Como será usted de asesino que hasta la putrefacta justicia militar de Fujimori, su jefe, lo condenó por los crímenes de Barrios Altos y La Cantuta (en ese entonces no se conocía todo su pasado).
Y cómo será usted de cobarde que ahora dice que sólo hacía análisis de inteligencia, que estaba detrás de un escritorio haciendo tareas administrativas que no sabe precisar, que jamás le disparó a nadie. Poco faltó para que le dijeran “San Martincito”, mayor.
Pero lo peor de usted es que pretende hablar en nombre del Ejército. Es cierto que el actual jefe del Ejército es un festivo subdotado mental, pero eso no lo autoriza, señor Rivas, para seguir ensuciando el uniforme de Bolognesi y Ugarte. Ni ocultándose detrás de mil uniformes –como ahora pretende– podrá usted impedir que veamos qué montículo de basura alberga usted en sus entrañas.
Por gente como usted es que el Perú estuvo a punto de perder la guerra con Sendero. Cuando Guzmán soñaba con “el equilibrio estratégico”, soñaba con gente como usted y como Telmo Hurtado y como el comandante “Camión”. Ustedes lograron que miles de peruanos que hubieran podido defender la causa de la democracia se plegaran a las filas del marxismo mutante de Guzmán. Si hubiese sido por usted, Guzmán habría jaqueado al Perú como hoy ni siquiera lo podemos imaginar.
No manche a las Fuerzas Armadas hablando en su nombre. No hable usted de patria: la suya es el crimen y la miseria moral. No hable usted del Perú: el Perú que usted concibe es un escuadrón de la muerte haciendo de las suyas ante civiles indefensos.
Y no crea que la gente se ha tragado su teatro. Lo único que ha logrado usted es que el repudio hacia su conducta haya adquirido la muy extraña dimensión de la cuasi unanimidad. Porque ya sabíamos quién era. Pero ignorábamos qué nuevos aportes podía hacer usted a su prontuario de sangre y emboscadas.
Usted ha querido matar a sus difuntos. Con su fallida burla ha vuelto a disparar en la nuca a los que mató en Lima o en Chimbote. Y ha rociado de balas a sus familiares, que esperaban una señal de que usted seguía siendo humano. Sólo ha faltado su compinche “Kerosene” para que la jornada del repase pueda ser considerada completa.
Y no crea usted que Raffo es un buen consejero, Saravá un estratega y Nakasaki el Perry Mason de los Barracones. Mire nomás dónde está Fujimori.
Y tampoco crea que el diario “La Razón” lo salvará con su “peso mediático”. Peso tenía cuando Faisal reinaba y Bressani repartía.
Por último, tengo que decirle que estoy entre quienes no se han sorprendido por su faena. Estaba casi seguro de que usted haría lo que hizo. Y no porque yo sea muy perspicaz sino porque tengo algunos estudios al respecto. Lo que quiero decirle es que, desde el 5 de abril de 1992, modestamente, me especialicé en estudiar a ratas como usted.
Con la debida distancia dictada por la salubridad, se despide
César Hildebrandt
Posdata: Yo escribí sobre el perro de los Aguá y me contestó Aldo Mariátegui. ¡Maravilloso! ¡Pavlov fue un genio! Y en relación a los Aguá, Aldito, no vuelvas a ser bruto: hay un País Vasco-Francés en el que el eusquera languidece y el afrancesamiento de patronímicos y topónimos se ha impuesto. Dile a Laurita, tu socia en ADN, que te lo explique. O dile a “Suez Energy” (¿o era, dado tu lenguaje, “Soez Energy?) que te regale otro viaje, esta vez a la vieja Aquitania. Y te cuento, para terror no sólo de los Aguá sino del amo mayor, o sea el papá de Federico Danton: ¡las conversaciones con el 11 no se han truncado todavía! Uyuyuy. Y sin picarse, ¿eh? A ti no te puedo decir, como haces gentilmente tú conmigo, que no contestes burradas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario